Pontificio Consejo para la Pastoral de los Migrantes e Itinerantes
Mensaje para la Jornada del Mar
(13 de julio de 2014)
A lo largo de la historia de la humanidad, el mar ha sido el lugar donde se han cruzado las rutas de exploradores y de aventureros, y se han combatido batallas que han determinado el nacimiento y el declive de muchas naciones. Pero es, sobre todo, un lugar privilegiado para el intercambio y el comercio mundial. De hecho, más del 90% de los productos a nivel mundial son transportados por aproximadamente unos 100.000 barcos que, sin descanso, navegan de un extremo al otro del mundo, gobernados por una fuerza de trabajo de alrededor de 1.2 millones de marinos de todas las razas, nacionalidades y religiones.
En este Domingo del Mar se nos invita a tomar conciencia de las penurias y de las dificultades a las que se enfrentan los marinos todos los días y del servicio valioso que brinda el Apostolado del Mar al ser Iglesia que da testimonio de la misericordia y la ternura del Señor anunciando el Evangelio en los puertos de todo el mundo.
Debido a una serie de factores relacionados con su profesión, los marinos son invisibles a nuestros ojos y a los ojos de nuestra sociedad. Al celebrar el Domingo del Mar, deseo invitar a todos los cristianos a mirar a su alrededor y a darse cuenta de cuántos objetos que utilizamos en nuestra vida cotidiana nos han llegado a través del trabajo, duro y pesado, de los marinos.
Si observamos detenidamente su vida, nos damos cuenta de inmediato que no es ciertamente aquella vida romántica y aventurera que se presenta a veces en las películas y en las novelas.
La vida de los marinos es difícil y peligrosa. Además de tener que enfrentarse a la furia y a la fuerza de la naturaleza, que a menudo prevalece también en los barcos más modernos y tecnológicamente avanzados (según la Organización Marítima Internacional [OMI] en 2012, más de 1.000 marinos fallecieron a causa de naufragios, colisiones marítimas, etc.), no debemos olvidar el riesgo de la piratería, que nunca se derrota, sino que se transforma apareciendo bajo formas nuevas y diferentes en muchas zonas de navegación, y el peligro de la criminalización y el abandono sin salario, alimentos y protección en puertos extranjeros.
El mar, el barco y el puerto son el universo de la vida de los marinos. Un barco es viable en términos económicos solo cuando navega y, por lo tanto, tiene que zarpar continuamente de un puerto a otro. La mecanización de la carga y descarga de mercancías ha reducido el tiempo de atraque y de ocio de los miembros de la tripulación, mientras que las medidas de seguridad han restringido la posibilidad de bajar a tierra.
Los marinos no eligen a sus compañeros de viaje. Cada tripulación es un microcosmos de personas de diferentes nacionalidades, culturas y religiones, obligadas a vivir juntas en el perímetro limitado de un buque para toda la duración del contrato, sin ningún tipo de interés en común, comunicando a través de un idioma que a menudo no es el suyo.
La soledad y el aislamiento son compañeros de viaje para los marinos. Por su naturaleza, el trabajo de los marinos les lleva a estar lejos de su entorno familiar durante períodos que llegan a ser muy largos. Para las tripulaciones no es siempre fácil acceder a las diferentes tecnologías (teléfono, wi-fi, etc.) para contactar la familia y los amigos. En la mayoría de los casos, los niños nacen y crecen sin que ellos puedan estar presentes, aumentando así la sensación de soledad y de aislamiento que acompaña su vida.
La Iglesia, en su solicitud maternal, desde hace más de noventa años ofrece su atención pastoral a la gente de mar a través de la Obra del Apostolado del Mar.
Cada año, miles de marinos son acogidos en los puertos, en los Centros Stella Maris, lugares únicos donde los marinos son recibidos con afabilidad, pueden relajarse lejos del barco y ponerse en contacto con los miembros de su familia utilizando los diferentes medios de comunicación que se les ofrece.
Los voluntarios visitan a diario a los marinos a bordo de barcos y en los hospitales, y aquellos que han sido abandonados en puertos extranjeros, garantizándoles una palabra de consuelo, pero también una ayuda concreta, si es necesario.
Los capellanes están siempre disponibles para ofrecer asistencia espiritual (celebración de la Misa, oraciones ecuménicas, etc.) a los marinos de todas las nacionalidades que lo necesiten, especialmente en los momentos difíciles y de crisis.
Por último, el Apostolado del Mar es voz de los que a menudo no tienen voz, denunciando abusos y la injusticia, defendiendo los derechos de la gente de mar y pidiendo a la industria marítima y a cada gobierno que respeten los Convenios internacionales.
En este Domingo del Mar, a la vez que expresamos nuestra gratitud a todos los que trabajan en la industria marítima, con un corazón lleno de confianza pedimos a María Estrella del Mar que guíe, ilumine y proteja la navegación de toda la gente de mar y respalde a los miembros del Apostolado del Mar en su ministerio pastoral.
Antonio Maria Cardinal Vegliò
Presidente
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