MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
CON OCASIÓN DEL VII CONGRESO MUNDIAL
DE PASTORAL DEL TURISMO
[Cancún, 23-27 de abril de 2012]
A los Venerados Hermanos,
Señor Cardenal Antonio Maria Vegliò,
Presidente del Pontificio Consejo para la Pastoral
de los Emigrantes e Itinerantes,
y Mons. Pedro Pablo Elizondo Cárdenas, L.C.,
Obispo Prelado de Cancún-Chetumal
Con ocasión del VII Congreso Mundial de Pastoral del Turismo, que se celebrará en Cancún (México), del 23 al 27 de abril, deseo dirigiros mi cordial saludo, que hago extensivo a los venerados Hermanos en el Episcopado y a los participantes en esta importante reunión. Al comienzo de estas jornadas de reflexión sobre la labor pastoral que la Iglesia lleva a cabo en el ámbito del turismo, quiero hacer llegar a los congresistas mi cercanía espiritual, así como mi saludo deferente a las autoridades civiles y a los representantes de organizaciones internacionales que han querido estar presentes en este evento.
El turismo es ciertamente un fenómeno característico de nuestra época, tanto por las significativas dimensiones que ha alcanzado como por las perspectivas de crecimiento que se prevén. Al igual que toda realidad humana, debe ser iluminado y transformado por la Palabra de Dios. Desde esta convicción, la Iglesia, con su solicitud pastoral, y siendo consciente del importante influjo que este fenómeno tiene sobre el ser humano, lo acompaña desde sus primeros pasos, alienta y promueve sus potencialidades, al mismo tiempo que señala y trabaja por corregir sus riesgos y desviaciones.
El turismo, junto con las vacaciones y el tiempo libre, aparece como un espacio privilegiado para la restauración física y espiritual, posibilita el encuentro de quienes pertenecen a culturas diversas, y es ocasión de acercamiento a la naturaleza, favoreciendo por todo ello la escucha y la contemplación, la tolerancia y la paz, el diálogo y la armonía en medio de la diversidad.
El viaje es manifestación de nuestro ser homo viator, al mismo tiempo que refleja ese otro itinerario, más profundo y significativo, que estamos llamados a recorrer: el que nos conduce al encuentro con Dios. La posibilidad que nos brindan los viajes de admirar la belleza de los pueblos, de las culturas y de la naturaleza, nos puede conducir a Dios, favoreciendo la experiencia de fe, «pues por la grandeza y hermosura de las criaturas se llega por analogía a contemplar a su creador» (Sb 13,5). Por otra parte el turismo, como toda realidad humana, no está exento de peligros ni elementos negativos. Se trata de males que hay que afrontar urgentemente, ya que conculcan los derechos y la dignidad de millones de hombres y mujeres, especialmente de los pobres, los menores y los discapacitados. El turismo sexual es una de las formas más abyectas de estas desviaciones que devastan, desde el punto de vista moral, psicológico y sanitario, la vida de las personas, de tantas familias y, a veces, de comunidades enteras. La trata de seres humanos por motivos sexuales o para trasplantes de órganos, así como la explotación de menores, su abandono en manos de personas sin escrúpulos, el abuso, la tortura, se producen tristemente en muchos contextos turísticos. Todo esto ha de inducir a aquellos que se dedican pastoralmente o por motivos de trabajo al mundo del turismo, y a toda la comunidad internacional, a aumentar la vigilancia, a prevenir y contrastar estas aberraciones.
En la encíclica Caritas in veritate quise enmarcar el fenómeno del turismo internacional en el contexto del desarrollo humano integral. «Hay que pensar, pues, en un turismo distinto, capaz de promover un verdadero conocimiento recíproco, que nada quite al descanso y a la sana diversión» (n. 61). Os invito a que vuestro Congreso, reunido precisamente bajo el lema, El turismo que marca la diferencia, colabore a desplegar esa pastoral que nos conduzca paulatinamente hacia este «turismo distinto».
Deseo destacar tres ámbitos en los que la pastoral del turismo debe centrar su atención. En primer lugar, iluminar este fenómeno con la doctrina social de la Iglesia, promoviendo una cultura del turismo ético y responsable, de modo que llegue a ser respetuoso con la dignidad de las personas y de los pueblos, accesible a todos, justo, sostenible y ecológico. El disfrute del tiempo libre y las vacaciones periódicas son una oportunidad, así como un derecho. La Iglesia desea seguir ofreciendo su sincera colaboración, desde el ámbito que le es propio, para hacer que este derecho sea una realidad para todos los seres humanos, especialmente para los colectivos más desfavorecidos.
En segundo lugar, la acción pastoral nunca debe olvidar la via pulchritudinis, la «vía de la belleza». Muchas de las manifestaciones del patrimonio histórico-cultural religioso «son auténticos caminos hacia Dios, la Belleza suprema; más aún, son una ayuda para crecer en la relación con él, en la oración. Se trata de las obras que nacen de la fe y que expresan la fe» (Audiencia general, 31 agosto 2011). Es importante cuidar la acogida y organizar las visitas turísticas siempre desde el respeto al lugar sagrado y a la función litúrgica para la que nacieron muchas de estas obras y que sigue siendo su destino primordial.
Y, en tercer lugar, la pastoral del turismo ha de acompañar a los cristianos en el disfrute de sus vacaciones y tiempo libre, de modo que sean de provecho para su crecimiento humano y espiritual. Éste es ciertamente «un tiempo oportuno para que el cuerpo se relaje y también para alimentar el espíritu con tiempos más largos de oración y de meditación, para crecer en la relación personal con Cristo y conformarse cada vez más a sus enseñanzas» (Ángelus, 15 julio 2007).
La nueva evangelización, a la que todos estamos convocados, nos exige tener presente y aprovechar las numerosas ocasiones que el fenómeno del turismo nos ofrece para presentar a Cristo como respuesta suprema a los interrogantes del hombre de hoy.
Exhorto pues a que la pastoral del turismo forme parte, con pleno derecho, de la pastoral orgánica y ordinaria de la Iglesia, de modo que coordinando los proyectos y esfuerzos, respondamos con mayor fidelidad al mandato misionero del Señor.
Con estos sentimientos, confío los frutos de este Congreso a la poderosa intercesión de María Santísima, Nuestra Señora de Guadalupe y, como prenda de abundantes favores divinos, imparto complacido a todos los congresistas la implorada Bendición Apostólica.
Vaticano, 18 de abril de 2012
BENEDICTUS PP. XVI
Fuente: Libreria Editrice Vaticana
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