Algo esencial para una convivencia pacífica
+ Juan del Río Martín
Han pasado las fiestas navideñas donde, en principio, todo es
cordialidad, amabilidad y cortesía. Sin embargo, hay no pocos casos en
que el “espíritu de contradicción”, de algunos, enturbia el ambiente
familiar o de amistad. Con demasiada frecuencia, la grosería, la falta
de respeto y la prepotencia verbal parece el hilo conductor de muchas
conversaciones, ello envenena el ambiente social y familiar. A esto hay
que añadir, la crispación que crea la actual situación de crisis
económica, financiera y moral que padecemos. Por ello, al comenzar un
nuevo año, no está mal que hablemos de la virtud de la amabilidad o
afabilidad como algo esencial para una convivencia pacífica.
Las relaciones de las personas con sus semejantes, tanto en palabras
como en los hechos, requieren unos comportamientos que hagan más grata y
amable la vida a quienes les rodean. Del mismo modo que no es posible
vivir en sociedad sin la verdad, la afabilidad es necesaria en la vida
comunitaria. Digamos que ser afable con quienes se convive es un cierto
deber natural de honestidad, porque lo requiere la misma justicia del
trato que merece todo persona por su dignidad ¡Qué difíciles se hacen
las relaciones humanas cuando hay que aguantar o sobrellevar a una
persona triste, desagradable o malhumorada! Parece como si todo se
ennegreciera alrededor. Es entonces cuando se echa de menos la
afabilidad, virtud que hace poco ruido y que sin embargo, por su misma
naturaleza, es opuesta al egoísmo, al gesto destemplado, a la mala
educación, a los gritos, a la violencia, al rencor, a la obstinación.
Es verdad que una palabra amable se dice pronto, pero a veces se nos
hace difícil pronunciarla debido al cansancio, a las preocupaciones, al
estrés de la vida moderna, o a la indiferencia egoísta. Así sucede que
pasamos al lado de las personas que más tratamos y la frialdad del
silencio, o la severidad del gesto, hacen como si las ignoráramos. Por
ello, dice el beato Juan Pablo II que “bastaría una palabra cordial, un
gesto afectuoso, e inmediatamente algo se despertaría en ellas: una
señal de atención y de cortesía puede ser una ráfaga de aire fresco en
lo cerrado de una existencia, oprimida por la tristeza y por el
desaliento” (11.2.1981).
Los vicios contrarios a la virtud de la amabilidad son: el
autoritarismo, la adulación, la vana palabrería o la charla que busca
obtener algunas ventajas personales. Una persona afable sabe llegar al
corazón y a la vez mantener la suave distancia e independencia que
requiere las sanas relaciones interpersonales. Digamos que se sitúa en
el punto medio, entre lo mucho y lo poco.
El amor a Dios fortalece y amplía en el cristiano los horizontes de
la virtud humana de la afabilidad. El anuncio del Evangelio como Buena
Noticia requiere, tanto de los sacerdotes como de los seglares,
afabilidad, amabilidad, cordialidad, gentileza, urbanidad, sociabilidad.
Con caras largas, modales bruscos y aires antipáticos no estimulamos a
seguir a Jesucristo y a permanecer en su Iglesia. Los “nuevos
evangelizadores” han de estar caracterizados por saber comunicar
afablemente en todo momento y lugar ¡Aprendamos a saber decir las cosas
como lo hace nuestro santo padre Benedicto XVI, que es la cercanía y la
amabilidad personificada!
Por último, no perder de vista que el apóstol, el pastor, el
catequista o cualquier cristiano tiene que tratar a los otros como el
Señor trataba a todos aquellos con quienes se encontraba: sanos,
enfermos, ricos, pobres, niños, mayores, mendigos, pecadores… Hagamos lo
que hizo Él y seguro que seremos más generosos, amables y respetuosos
en nuestra convivencia diaria en este nuevo año.
zenit.org
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