El 13 de mayo en Sansepolcro el Santo Padre destacó la necesidad de que el servicio de la Iglesia en el mundo se exprese a través de files laicos iluminados, capaces de operar dentro de la ciudad del hombre, con la voluntad de servir más allá del interés privado, más allá de las visiones parciales y particulares. Y les pidió que estén preparados a dar un nuevo sabor a la sociedad civil en su conjunto, con la sal de la honradez y el altruismo desinteresado. Porque como afirmó, “es necesario encontrar sólidas motivaciones para servir al bien de los ciudadanos”.
Texto completo de la alocución del Papa:
¡Queridos hermanos y hermanas!
Tengo el placer de encontrarme en Sansepolcro y unirme a vuestra acción de gracias a Dios por el milenio de la fundación de la ciudad, por los prodigios de gracia y todos los beneficios que, en diez siglos, la Providencia os ha dado. En esta histórica plaza, repitamos las palabras del salmo responsorial de hoy: "Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas... Aclamad al Señor toda la tierra, gritad, exultad, cantad alabanzas» (Sal 97).
Queridos amigos de Sansepolcro, os saludo a todos con afecto, comenzando por el arzobispo Riccardo Fontana; con él saludo a los sacerdotes, personas consagradas y fieles laicos que participan activamente en el apostolado. Dirijo un pensamiento respetuoso a las Autoridades civiles y militares, en particular, al alcalde, doctora Daniela Frullani, a quien agradezco sus amables palabras.
Hace mil años, los santos peregrinos Arcano y Egidio, ante las grandes transformaciones de la época, buscaron la verdad y el sentido de la vida, yendo a Tierra Santa. Al volver, trajeron consigo no sólo las piedras que recogieron en el Monte Sión, sino la idea especial que habían elaborado en la Tierra de Jesús: construir en lo alto del Valle del Tíber la civitas hominis a imagen de Jerusalén que, en su mismo nombre, evoca la Justicia y la paz. Un proyecto que rememora la gran visión de la historia de San Agustín en la obra "La Ciudad de Dios". Cuando los Godos de Alarico entraron en Roma y el mundo pagano acusó al Dios de los cristianos no haber salvado la Ciudad caput mundi, el Santo Obispo de Hipona aclaró aquello que debemos esperarnos de Dios, la justa relación entre esfera política y esfera religiosa. Él vio en la historia la presencia de dos amores: el "amor de sí mismo", que conduce a la indiferencia por Dios y "el amor de Dios", que conduce a la plena libertad de los demás y a construir una ciudad del hombre gobernada por la justicia y la paz (cf. Ciudad de Dios, XIV, 28).
Sin duda, esta visión no fue ajena a los fundadores de Sansepolcro. Ellos idearon un modelo de ciudad articulado y lleno de esperanza para el futuro, donde los discípulos de Cristo fueron llamados a ser el motor de la sociedad en la promoción de la paz, a través de la práctica de la justicia. Su desafío valiente se convirtió en realidad, con la perseverancia de un camino que, con el apoyo del carisma benedictino primero y de los monjes camaldulenses luego, continuó durante generaciones. Fue necesario un compromiso fuerte para establecer una comunidad monástica y, luego, en torno a la iglesia de la abadía, vuestra ciudad. No fue sólo un proyecto que marca el urbanismo del burgo de Sansepolcro, porque la misma ubicación de la catedral tiene un gran valor simbólico: es el punto de referencia, desde el que todo el mundo puede orientarse en el camino, pero sobre todo en la vida; constituye una fuerte llamada a mirar hacia arriba, a sobreponerse a la vida cotidiana, para dirigir los ojos al cielo, en una búsqueda continua de los valores espirituales y la comunión con Dios, que no es ajeno a lo cotidiano, sino que lo orienta y lo hace vivir de una manera aún más intensa. Esta perspectiva es válida también hoy, par recuperar el gusto de la búsqueda de la "verdad", para percibir la vida como un camino que nos acerca a lo "verdadero" y a lo "justo".
Queridos amigos, el ideal de vuestros fundadores llegó hasta nuestros días y no sólo es fundamental para la identidad de Sansepolcro y la Iglesia diocesana, sino es también un desafío para preservar y promover el pensamiento cristiano, que está en el origen de esta ciudad. El Milenio es una oportunidad para hacer una reflexión, que es, al mismo tiempo, un camino interior a lo largo de los caminos de la fe y el compromiso para redescubrir sus raíces cristianas, de modo que los valores evangélicos sigan fecundando las conciencias y la historia cotidiana de la población. Hoy hay una necesidad especial de que el servicio de la Iglesia en el mundo se exprese a través de files laicos iluminados, capaces de operar dentro de la ciudad del hombre, con la voluntad de servir más allá del interés privado, más allá de las visiones parciales y particulares. El bien común es más importante que el bien de la persona, y es tarea también de los cristianos contribuir al nacimiento de una nueva ética pública. Nos lo recuerda la espléndida figura del nuevo beato Giuseppe Toniolo. Ante la desconfianza por el compromiso político y social, los cristianos, especialmente los jóvenes, están llamados a contraponer la dedicación y el amor por la responsabilidad, movidos por la caridad evangélica, que pide no encerrarse en sí mismos, sino hacerse cargo de los demás. Animo a los jóvenes a ser capaces de pensar en grande: tened el coraje de atreveros! Estad preparados a dar un nuevo sabor a la sociedad civil en su conjunto, con la sal de la honradez y el altruismo desinteresado. Es necesario encontrar sólidas motivaciones para servir al bien de los ciudadanos.
El reto que tenemos delante en este antigua ciudad es el de armonizar el redescubrimiento de su identidad milenaria con la acogida y la incorporación de culturas y sensibilidades distintas. San Pablo nos enseña que la Iglesia, y también toda la sociedad son como el cuerpo humano, donde cada parte es diferente, pero todas contribuyen al bien del organismo (cf. 1 Co 12, 12-26). Damos gracias a Dios porque vuestra comunidad diocesana ha madurado a lo largo de los siglos un ardiente impulso misionero, como lo atestigua el hermanamiento con el Patriarcado Latino de Jerusalén. Me complace saber que ello ha dado frutos de la colaboración y obras de caridad en favor de los hermanos más necesitados de Tierra Santa. Los antiguos lazos llevaron a vuestros antepasados a crear aquí una copia de piedra del Santo Sepulcro de Jerusalén, para que fuera firme la identidad de los habitantes y para mantener viva la devoción y la oración a la Ciudad Santa. Esta relación se mantiene y hace que todo lo relacionado con la Tierra Santa sea percibido por vosotros como una realidad que os implica.; del mismo modo, que a Jerusalén, vuestro nombre y la presencia de peregrinos de la Diócesis, mantienen activas las relaciones fraternas. En este sentido, estoy seguro de que os abriréis a nuevos horizontes de solidaridad, dando un renovado impulso apostólico al servicio del Evangelio. Y este será uno de los resultados más significativos de las celebraciones jubilares de vuestra ciudad.
Otra indicación hacerla sobre la catedral, donde he contemplado la belleza de la "Santa Faz". Esta basílica es el lugar de la alabanza a Dios de toda la ciudad, la sede de la reencontrada armonía entre los momentos de culto y de la vida cívica, el punto de referencia para la pacificación de los ánimos. Y así como vuestros padres fueron capaces de construir el magnífico templo de piedra, para que fuera signo y llamada a la comunión de vida, os toca a vosotros hacer visible y creíble el significado del edificio sagrado, viviendo en paz en la comunidad eclesial y civil. En pleno Renacimiento, se pidió al pintor Durante Alberti que representara Belén en la Iglesia madre, para que nadie olvidara que Dios está con nosotros, en la pobreza de la cuna. Conscientes del pasado y atentos al presente, y también proyectados al futuro, vosotros cristianos de la diócesis de Arezzo-Cortona-Sansepolcro sabéis que el progreso espiritual de vuestras comunidades eclesiales y la misma promoción del bien común de las comunidades civiles requieren un compromiso para una inclusión siempre más vital de vuestras parroquias y asociaciones en el territorio. Que el camino recorrido y la fe que os motiva, os den valentía y fuerza para continuar. Mirando a vuestro rico patrimonio espiritual, sed una Iglesia viva, al servicio del Evangelio! Una Iglesia acogedora y generosa, que con su testimonio haga presente el amor de Dios por cada ser humano, especialmente para los que sufren y los necesitados.
La Santísima Virgen, venerada especialmente en este mes de mayo, vele por cada uno de vosotros y sostenga los esfuerzos para un futuro mejor. Oh María, Reina de la Paz, escucha nuestra oración: Haz que seamos testigos de tu Hijo Jesús y constructores incansables de la justicia y la paz. ¡Amén!
(Traducción: Eduardo Rubió – RV).
radiovaticana.org
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