El canto litúrgico, es decir, aquel que forma parte de la naturaleza de la liturgia, aquel que debe responder y convenir a una acción sagrada litúrgica, debe poseer, santidad, belleza en las formas, tanto en música como en texto.
El canto litúrgico, lejos de ser un añadido superficial, es connatural al culto litúrgico; de ahí que debe ser cuidado, educado, potenciado; tal vez hoy pulido, es decir, purificado de tantas canciones y ritmos ajenos a la liturgia pero que se han introducido con tal de ´cantar´ y ´entretener´ en la liturgia.
"El canto sagrado, unido a las palabras constituye una parte necesaria o integral de la liturgia solemne" (SC 112).
Música, instrumentos y voces se unen elevando al Señor la plegaria y la alabanza, la adoración y la acción de gracias, la contemplación y la respuesta.
Ya dice el salmo 150:
Alabadlo tocando trompetas,
alabadlo con arpas y cítaras,
alabadlo con tambores y danzas,
alabadlo con trompas y flautas,
alabadlo con platillos sonoros,
alabadlo con platillos vibrantes.
Todos los instrumentos y voces unidos en la alabanza. El órgano es el instrumento más adecuado, sin desdeñar otros que cuadren con el tono sagrado y orante de la liturgia:
"Téngase en gran estima en la Iglesia latina el órgano de tubos, como instrumento musical tradicional, cuyo sonido puede aportar un esplendor notable a las ceremonias eclesiásticas y levantar poderosamente las almas hacia Dios y hacia las realidades celestiales. En el culto divino se pueden admitir otros instrumentos, a juicio y con el consentimiento de la autoridad eclesiástica territorial competente, a tenor de los arts. 22 § 2; 37 y 40, siempre que sean aptos o puedan adaptarse al uso sagrado, convengan a la dignidad del templo y contribuyan realmente a la edificación de los fieles" (SC 120).
La belleza de la música y del canto litúrgico es tan importante como la ortodoxia y verdad de la letra, de aquello que se canta.
"Es necesario descubrir y vivir constantemente la belleza de la oración y de la liturgia. Hay que orar a Dios no sólo con fórmulas teológicamente exactas, sino también de modo hermoso y digno.
A este respecto, la comunidad cristiana debe hacer un examen de conciencia para que la liturgia recupere cada vez más la belleza de la música y del canto. Es preciso purificar el culto de impropiedades de estilo, de formas de expresión descuidadas, de músicas y textos desaliñados, y poco acordes con la grandeza del acto que se celebra.
Es significativa, a este propósito, la exhortación de la carta a los Efesios a evitar intemperancias y desenfrenos para dejar espacio a la pureza de los himnos litúrgicos: «No os embriaguéis con vino, que es causa de libertinaje; llenaos más bien del Espíritu. Recitad entre vosotros salmos, himnos y cánticos inspirados; cantad y salmodiad en vuestro corazón al Señor, dando gracias continuamente y por todo a Dios Padre, en nombre de nuestro Señor Jesucristo» (Ef 5,18-20)" (Juan Pablo II, Audiencia general, 26-febrero-2003).
Música y texto en la liturgia están unidos, son inseparables, con primacía del texto que debe ser claro, inteligible, y la música al servicio del texto litúrgico como lo es el canto gregoriano, modelo de todo canto. La armonía de la melodía, su suavidad y bondad de formas ayudan a orar, contemplar, memorizar los textos de la fe; lo que mueva el cuerpo por su ritmo desde luego no mueve el alma a Dios, por muy buena intención que se tenga al introducir esos cantos con tantísimo ritmo que podrían sonar en una discoteca, en un fuego de campamento, en una catequesis o en una representación teatral.
"La música desempeña, entre las manifestaciones del espíritu humano, una función elevada, única e insustituible. Cuando la verdad es bella e inspirada, nos habla más aún que todas las otras artes, de la bondad, de la virtud, de la paz y de las cosas santas y divinas. Por algo siempre ha sido y siempre será parte esencial de la liturgia, como podemos deducir de las tradiciones litúrgicas de los pueblos cristianos de todos los continentes" (Juan Pablo II, Discurso al coro "Harmonici Cantores", 23-diciembre-1988).
Javier Sánchez Martínez
Fuente: religionenlibertad.com
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