Fernando Pascual, L.C.
Algunos conflictos de pareja tienen un origen que podría ser considerado como “bueno”. El esposo, por amor a la esposa, se enfada si ella sigue fumando, si no cuida esa tos crónica, si va a ir a un barrio donde hay pocos policías y muchos ladrones. La esposa, igualmente, está inquieta por lo poco que duerme el esposo y lo mucho que trabaja, por esa mañana que fue a trabajar con un poco de fiebre, por el club que ha escogido con amigos no muy recomendables.
En el fondo de estos enfados se esconde, generalmente, el cariño. No queremos que el otro sufra, o que se arriesgue, o que se enferme, o que arruine su psicología, o que haga algo malo. Por su bien, porque le queremos, repetimos una y mil veces los mismos consejos, las mismas súplicas, para evitar males reales o imaginados.
Pero a veces esas muestras de cariño y de buena voluntad llegan al conflicto, y entonces el amor queda en segundo lugar para dejar paso a la lucha abierta.
Parece mentira, pero hay matrimonios que han fracasado a partir de un choque que nació del cariño, de una preocupación por el bien de la otra parte. Quizá antes haya habido otros enfrentamientos, otra serie de factores que han dado más relieve a la chispa. La “terapia matrimonial” consiste precisamente en ir amortiguando los golpes de cada día para que no se produzca un choque total a partir de un conflicto que inicie precisamente con un consejo que nace del amor que tenemos hacia la esposa o el esposo.
Con un poco de serenidad podríamos darnos cuenta de que el amor nos debe llevar al interés por el otro y, a la vez, al respeto de su libertad, también cuando hace algo que nos parece peligroso o con lo que no estamos de acuerdo. La vida matrimonial no garantiza un dominio absoluto sobre la voluntad de la otra parte. Es por eso tan importante renovar continuamente los lazos de amor que permiten superar los roces cotidianos, que permiten acoger un consejo no como una ingerencia en “mis” planes, sino como una nueva muestra de afecto por parte de quien me quiere y al que yo quiero.
Esa es una manera eficaz de superar los tan temidos roces cotidianos. Cuando mamá proponga a qué escuela mandar al más grande de los hijos será posible una notable diversidad de puntos de vista. Pero el cariño permitirá que cada decisión de la pareja y de la familia no sea una herida que erosione la vida común, sino una ocasión para renovar el sí y caminar juntos hacia adelante. Ello será posible si aprendemos a dialogar, a ver el otro punto de vista, a armonizar las ideas y a tomar decisiones serenas y equilibradas, que no serán siempre algo intermedio entre lo que cada uno consideraba como lo mejor, sino a veces lo que quería una parte porque la otra parte ha sabido ceder en aspectos no esenciales (siempre, desde luego, en el límite de lo razonable).
Sólo al final de la vida, cuando crucemos el umbral de la muerte hacia el mundo que nos espera, nos daremos cuenta de lo hermoso que es vivir, ya en esta tierra, centrados no en nuestro punto de vista, sino en aquello que pueda hacer feliz a quienes viven a nuestro lado. Especialmente cuando ese alguien es el propio esposo o la propia esposa.
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