Tricentenaria imagen de la Madre de Dios que une al sur del Perú
Por María Antonieta Cuadros Ballón*
(ZENIT.org).- Cada 1 de mayo, se ha convertido con el paso de los años, en una verdadera fiesta para Arequipa, ciudad ubicada al sur del Perú. Miles de peregrinos, desde el 28 de abril se ponen en camino desde las diferentes ciudades del país y del extranjero para venerar a la preciosa imagen de la “Mamita de Chapi”, como cariñosamente se le llama a la Virgen de Chapi en su santuario, ubicado a 60 kilómetros de la ciudad.
“A tus pies señora, cansado llegué, cercado de angustias y de penas mil”, es el himno extra oficial que cuantos llegan a esta quebrada en el desierto arequipeño, entonan con lágrimas en los ojos. “No se qué pasa, pero cuando estamos por llegar al Santuario, el corazón late más a prisa, pareciera que se rompe”, señalan los peregrinos. “Pero todo pasa, añaden, cuando vemos el rostro feliz de la Madre”. Y es cierto, el bello y siempre joven rostro de enormes ojos negros mirando hacía el horizonte, son el consuelo y la alegría de los hijos que la visitan desde hace más de 400 años.
Esta peregrinación mariana --que hoy se estima en 160 mil visitantes, sin duda la más importante del sur del Perú--, la motiva el amor que la Virgen María demuestra a sus hijos, a través de las muchas gracias que les regala. “Venimos a darle gracias porque curó a mi esposa”, “Le prometí que vendría tres años seguidos a pie”, “Es mi mamá y yo la quiero mucho”, finalmente señala un niño que junto a su familia llegó al santuario para agradecer a la Virgen por sus favores.
Otros acuden a pedírselos confiados de que su filiación es una garantía para ser escuchados. Feliz convicción que los hace caminar por más de 16 horas, entre altas montañas, desiertos llenos de espinos, piedras y abismos. Largas filas de luces --producto de lámparas y velas portadas por los peregrinos, que en grupos de amigos, familiares o de la parroquia caminan por horas--, se divisan en los cerros durante la noche. Una interminable procesión, cuya chispeante luz, se une a las estrellas de la noche para cantar al Dios de la Vida, agradeciéndole el haberles dejado a su Madre, como compañera de camino. No importa el intenso frío que tienen que soportar los caminantes, todo se vuelve nada y poco, cuando se sabe que la recompensa será perderse en la oscura y profunda mirada de María, la Madre de Dios. ¡Qué mejor regalo que contemplarla, saludarla y por supuesto participar en la eucaristía, para luego volver al lugar de procedencia con el corazón ensanchado por el amor.
Y claro está, también se llevan una rosa de las miles que le ofrecen sus hijos para agasajarla. Otros tantos, se quedan para acompañarla en el tradicional recorrido procesional que tiene lugar al finalizar la eucaristía de fiesta que preside el arzobispo en horas de la mañana. El anda de la Virgen, portando amorosamente en un brazo al pequeño Niño Jesús, y en el otro una canasta con dos tórtolas, discurre entre un mar humano compuesto por niños, jóvenes, adultos e incluso discapacitados ansiosos de tocar el manto de la Madre, de mirarla de cerca, de decirle “aquí estoy cumpliendo la promesa que te hice”; “Aquí estoy porque te quiero”.
Estos son los caminantes de a pie, que no sin pasar mil dificultades en el camino, llegan al Santuario. En tanto que muchos otros llegan en diversos vehículos para también hacer lo mismo: visitar a su Mamá.
La gran fiesta
La fiesta central es el 1 de mayo, sin embargo desde el 28 de abril, miles de fieles llegan al santuario administrado por el arzobispado de Arequipa, con la rectoría del sacerdote indio, padre Zacarias Kumaramangalán. “Todos vienen porque saben que la Mamita los quiere también. Vienen incluso a cantarle el feliz cumpleaños, interpretado por el ministerio de música de la arquidiócesis, a las 12 de la noche del 30 de abril, celebrando así las vísperas. Al otro día, los oficios comienzan a las 5 de la mañana. La gran explanada en la que se construye el templo de la Virgen, alberga a 20 mil peregrinos con frío, pero el corazón lleno de alegría.
Durante el día se suceden las eucaristías, los bautizos y las confesiones, de cuantos desean honrar a la Mamita. Miembros de entidades públicas y privadas, como el gobierno regional, la municipalidad provincial y la de Polobaya, donde se ubica el santuario, el ministerio de salud, los voluntarios de la Cruz Roja, la fiscalía, las fuerzas armadas y policiales, entre otros, se unen al arzobispado de Arequipa para brindar seguridad a los peregrinos.
Esto es Chapi: fidelidad y confianza, amor y gratitud, compromiso y obligación de testimoniar con la propia vida, que se es hijo de la más bella de las madres, la que nos dejó Jesús, precisamente por amor.
Aquí me quedo
Aunque no se sabe con exactitud, quién trajo la imagen de España, en el año 1743, una imagen de la Virgen de la Candelaria, de 1.25 cm de estatura, que se veneraba ya en el caserío de Paranay. Luego sería trasladada al valle de Chapi, junto a los pobladores de la zona, que por Real Cédula ordenaba que las aguas de ese sector se desvíen hacia los distritos de Yarabamba y Quequeña. Obligando a los pobladores a traladarse también, llevándose la imagen.
Allí se construyó una capilla, cuyos constructores al padecer de agua, empezaron a escarbar en el río seco, encontrando agua, que según manifestaron algunos trabajadores, curó de ciertas dolencias a un compañero. Desde entonces se hizo conocida, concentrando cada vez a más devotos de la Virgen. Lamentablemente se fueron desvirtuando las costumbres cristianas, por lo que el párroco de Pocsi, Juan de Dios Tamayo, decidió trasladar a la Virgen a un lugar cercano, llamado Sogay, para atender como correspondía a los fieles.
Determinado ya el traslado se pusieron en camino, pero en determinado momento la imagen de la Virgen se hizo tan pesada que fue imposible levantarla. De inmediato sobrevino una tormenta de arena, a la par que se escuchó la voz de la Virgen diciendo: “Chaipi, chaipi”, que significa “Aquí me quedo”. Se interpretó entonces este hecho como un designio divino, por el que hasta hoy continúan llegando mas fieles a venerarla.
Nuevo Santuario
Tras algunas vicisitudes, que incluyeron un terremoto que destruyó el templo levantado para la Virgen, el arzobispado de Arequipa inició la construcción de un moderno y amplio santuario que ofreciera las condiciones necesarias para la veneración de la ‘Mamita’. Por el momento está terminado el Museo del Niño Cimarrón, la Gran Explanada, el edificio de servicios múltiples, la Capilla de la Reconciliación, los servicios higiénicos, entre otros que permiten acoger mejor a los peregrinos.
*Directora de comunicaciones del Arzobispado de Arequipa
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