Por
monseñor Juan del Río Martín*
La vida de Jesús Nazaret está
repleta de períodos de alejamiento de la muchedumbre y de los mismos discípulos
para entrar en intimidad con el Padre (cf. Mc 1,35; 6,46; Lc 5,16; 9,18). Desde
los orígenes de la Iglesia ha habido miembros que se han “retirado al
desierto”. Este ideal de aislamiento exige una gran generosidad por parte del
sujeto y debe estar motivado por razones profundas de búsqueda de la verdad de
uno mismo y de la entrega absoluta a Dios. Esas diversas experiencias de fe,
han dado como frutos la fundación de comunidades religiosas que han hecho mucho
bien al mundo que “abandonaron”. En cambio, el retiro narcisista de la
modernidad, que escoge la soledad con voluntad de incomunicación, con la
decisión de vivir en su “pequeño mundo” y de no salir de la propia “pompa de
jabón”; crea desencuentro, desafecto hacia el prójimo, desesperanza y
depresión.
La cultura de la posmodernidad o
segunda modernidad está dominada por pensadores aislacionistas como F. Nietzche
o A, Shopenhauer que sostienen que cuanto menos necesidad se tenga de ponerse
en contacto con los hombres, tanto mejor se encontrará uno, porque la sociedad
es insidiosa. Se ha entronizado el ego que tiende a dominar el mundo de
los otros y borrar las diferencias. El axioma popular lo dice todo:
“primero yo, luego yo y después yo”. Estamos ante una egolatría parásita
de la que emana un individualismo insolidario, y unos comportamientos
racistas y xenófobos. Desgraciadamente numerosos sucesos en la actualidad
avalan lo expuesto.
Además, siendo cuantiosos los
elementos positivos de los Medios de Comunicación y Social y las Nuevas
tecnologías que han convertido este mundo en una “aldea
global”. Sin embargo, con no poca frecuencia, son “altavoces” de
individualidades interconectadas que tanto daño pueden hacer a las nuevas
generaciones. Es por ello que el Papa nos recuerde en Caritas in Veritate
que: “el sentido y la finalidad de los medios de comunicación debe buscarse en
su fundamento antropológico” (nº 73).
¿Qué concepto de hombre
está en la base de la Comunicación moderna? Pues desgraciadamente en su
mayoría responden a los mecanismos secularizadores de los llamados “maestros de
sospechas”. Instalados en el nihilismo corrosivo, hace que todo se vuelva
válido, incluso los comportamientos destructivos. Condenando a muchos
contemporáneos a una terrible soledad y a una incapacidad para establecer
vínculos profundos que fortalezcan su vida personal. Con razón se preguntaba
recientemente Benedicto XVI: “¿Quién es mi "prójimo" en este nuevo
mundo?...También en la era digital, cada uno siente la necesidad de ser una
persona auténtica y reflexiva” (Jornada Mundial MCS, 2011).
Agotado el proyecto de la
modernidad, el cristianismo constituye la única fuerza capaz de superar los
peligros de la desesperanza y del vacío existencial, mediante la
civilización del amor que brota de la confesión del Dios “Uno y Trino”. En la
revelación de Jesucristo, el ser humano se encuentra a sí mismo como criatura
salvada: nunca en soledad, siempre en compañía del Espíritu y en fraternidad
con los demás. El antídoto contra el individualismo cultural lo halla el
cristiano en la Eucaristía (cf. Benedicto XVI, Ángelus 26.6.2011) Desde este
misterio de fe, no hay cabida para el aislamiento narcisista y sí muchos impulsos
al retiro contemplativo y a la edificación, entre todos, de una sociedad
más justa y humana (cf. Ap 21,1).
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*Monseñor Juan del Río Martín es
el arzobispo castrense de España
Fuente: www.zenit.org
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