Julia es
farmacéutica y vive en Valladolid. Ahora está dedicada a cuidar a sus padres,
que son mayores y no se pueden valer del todo por sí mismos.
Me llamo Julia
Villanueva, soy farmacéutica Creo que soy una persona muy corriente, que
recibió buena formación cristiana, que de pequeña vivió una vida feliz, y que
ha sido testigo de la entrega constante de sus padres para formar a sus hijos.
Fui
a dos colegios de monjas, de lo cual estoy muy orgullosa, porque creo que
aprendí mucho y además me lo pasé muy bien.
Cuando
tenía pocos años mis padres pidieron la admisión en la Obra y entonces empecé a
ir a las convivencias de verano, y después al único club juvenil –al único
Centro para gente joven– que había en Valladolid.
Por
aquel entonces me di cuenta perfectamente de que Dios me llamaba y me pedía una
entrega total: me pedía que le entregase casarme, formar una familia e incluso
que mis posibles hijos fueran numerarios. La numeraria tenía que ser yo. Y pedí
la admisión en el Opus Dei. Llevo en la Obra un montón de años, el 72% de mi
vida, de modo que prácticamente todo se lo debo al Opus Dei.
“Catapultar” al cielo
Pienso
que en mi vida no hay nada extraordinario, pero cada vez estoy viendo más claro
que justamente en estas cosas ordinarias es donde Dios espera de mí la
santidad: Dios quiere que le demuestre mi amor, que me entregue de nuevo, en
las circunstancias corrientes de mi vida, y así –y no de otro modo– llegaré a
la santidad.
Al
principio de mi vocación siempre estaba latente la idea de una vida
"brillante". Me atraían las vidas heroicas de alguno personajes
históricos, científicos... o santos. Y quería que mi vida fuera así; pero luego
me fui dando cuenta de que yo misma era bastante corriente, que no llegaría a
tanto. Dios me quería así, y así me había elegido.
También
me di cuenta de que la excelencia atrae siempre –en mí ejerce un gran poder de
atracción– y que ésta se puede alcanzar por medio del trabajo, del esfuerzo, de
la tenacidad. Más aún, me atrae pensar que mi esfuerzo no se queda a ras de
suelo, en esta tierra, si no que me puede "catapultar" al cielo, si
todo lo transformo, desde dentro y desde el principio, en trabajo de Dios.
No me salió “a la primera”
A
veces yo programo mi existencia, pero Dios introduce en ella factores que
podría llamar desorientadores o desestabilizadores, queriendo que descubra cuál
es el camino que me lleve más directamente a Él. Y me explico: Soy
farmacéutica, siempre quise serlo, quizá porque "lo mamé" en mi casa:
mis padres y mis abuelos, los dos, han sido farmacéuticos; mi infancia y
adolescencia está llena de recuerdos relacionados con el ejercicio de esta
profesión.
Pero
no me salió "a la primera", porque no pasé las pruebas de acceso a la
Universidad de Navarra. ¡Qué desconcierto!, ¿no? Por circunstancias
particulares tuve que estudiar la Licenciatura en Químicas.
Luego
pude convalidar a Farmacia y ahora trabajo desde hace años en la que era la
farmacia de mi padre. Pero antes pasé por cuidar niños, dar miles de clases
particulares, trabajé de peón en el laboratorio de una fábrica de alimentación,
como secretaria e una escuela de idiomas... Hice de todo. Se trataba de ir
viendo el sendero por donde Dios me llevaba, viviendo el espíritu del Opus Dei:
porque no hay santificación sin trabajo.
Decidir consciente y libremente
Ahora
que estoy totalmente integrada en él, que trabajo sin parar, Dios me pide que
deje mi cómoda vida, y me "enrede" cuidando a mis padres, que son
mayores y no se pueden valer del todo por sí mismos.
¿No
es desconcertante? ¿No debería tener disponibilidad plena para la Obra y sus
labores apostólicas? ¿No he recibido formación para ello? Sí, pero Dios va
preparando las cosas para que nosotros decidamos consciente y libremente lo que
debemos hacer.
Con
la gracia de Dios y la ayuda que me han ofrecido en la Obra, yo he decidido
dedicar mi tiempo libre a lo que ellos necesiten, y hasta que ellos lo
necesiten. No pierdo por ello mi identidad: soy la misma, tan numeraria como
cualquier otra, aunque prácticamente viva en el trabajo, y me dedique a mis
padres. Dios me lo ha pedido a mí. Un primo mío a esto le llama
"destino", yo veo en ello una providencia paternal de Dios, y me
parece que gano mucho con esta apreciación.
No perder nunca el buen humor
He
experimentado por esta circunstancia una especial maduración interior, una
transformación de mis aspiraciones personales en una entrega real, y "a
pie de calle", como dicen los periodistas; y sé que, si lo hago bien, con
ello me ganaré el cielo, porque además de vivir las obras de misericordia que
nos enseñó el Señor, vivo la justicia, soy más generosa, más recia, crezco en
el amor –aprendo a amar– y agrado a Dios. ¿No es para estar muy contenta?
Siempre
he sido una persona alegre, simpática. Ahora, que voy haciéndome mayor y a mi
edad la gente se va volviendo más seria, yo me he encontrado con dos
"niños" de 84 y 86 años, que me hacen ser mejor persona; estoy segura
de que cara a Dios y cara a la Obra me estoy entrenando para servir mejor. Esto
me llena de alegría, aunque corra mucho más que antes, y aunque tenga que
luchar por no perder nunca el buen humor.
Fuente: http://www.fluvium.org
No hay comentarios:
Publicar un comentario