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"Creo que el problema del
aborto es que es como una luz de advertencia muy grave que está arrebatando
vidas, pero que es indicativa de algo que está más omnipresente y profundamente
arraigado en nuestra sociedad de lo que uno pueda llegar a pensar: la pérdida
de la propia de identidad por la que participamos del poder creador de Dios y
por la que somos llamados a ser madre y padre"
El aborto es una señal de alarma
ante un peligro omnipresente y arraigado profundamente en nuestra sociedad, la
pérdida de la identidad humana.
Estas
son las observaciones que hace el padre Robert Gahl, profesor adjunto de
Ética en la Universidad Pontificia de la Santa Cruz.
El
padre Gahl ha hablado con el programa de televisión Dios llora en la Tierra
de la Catholic Radio and Television Network (CRTN) en colaboración con Ayuda
a la Iglesia Necesitada, sobre la historia del aborto y lo que significa de
cara al futuro.
El aborto es un sufrimiento
universal. En el mundo se llevan a cabo más de 53 millones de abortos. En
algunos países, más del 70% de las mujeres han abortado. ¿Por qué de repente
estas cuestiones se han hecho tan presentes hoy: aborto, eutanasia?
Bueno, es una triste paradoja,
que evoca, en última instancia, el pecado original. Con el pecado original,
Adán y Eva trataron en realidad de suplantar a Dios para, en su lugar, ser
dioses. Cuando hoy los seres humanos intentan asir el poder divino —el poder
sobre el origen de la vida— y suplantarlo de manera que pueden controlar el comienzo
de la vida de un modo que es contrario al designio de Dios y, por lo mismo,
contrario al designio de amor, se sienten poderosos por un instante. Puede
incluso que vean que han tenido éxito con el producto que han logrado. Sin
embargo, poco después, experimentan la frustración e incluso la negación de su
propia identidad porque su identidad es la del amor, porque están hechos para
el amor.
Nuestros corazones están hechos
para el amor. Por eso, en vez de personas enamoradas, en vez de nuestros lazos
familiares, nos convertimos en simples constructores —gente que controla
productos. Se convierte en la negación de nuestra propia dignidad, porque si
nuestro poder de dar vida es simplemente el de producir elementos que se
encuadran en el “he sido producido” y “soy sólo el final de la línea
de un sistema de producción mecanizado”, esto no es sino la negación de mi
propia dignidad como hijo de Dios —como hijo de mis padres.
Si tuviéramos que mirar hacia
atrás en la historia, ¿cuál fue el momento, el detonante si usted quiere, que
permitió que diéramos el paso hasta llegar a que, por ejemplo, el aborto y la
investigación con células madre se hicieran aceptables y la eutanasia
apareciera en el horizonte?
El aborto está, tristemente, tan
extendido por todas partes que hoy muchos, incluso los documentos de la ONU, lo
ven como un derecho reproductivo. El origen de esto es la revolución sexual,
que no fue una revolución de liberación, sino una revolución del narcisismo, de
la desesperación, de cortar lazos, afecto, amistad y amor por los demás. Y en
el centro de la revolución sexual, que actuó como una especie de catalizador
—como arrojar gasolina a un fuego desatado— estaba el desarrollo de los
anticonceptivos químicos, que permitió que la gente tuviera sexo sin tener bebés
por lo que podía disfrutar la sexualidad como una simple búsqueda egoísta.
Fueron capaces de desconectar ese orden intrínseco orientado al don de la vida,
y lo hicieron, desconectaron la sexualidad de los compromisos serios de amor,
de formar una familia y, por supuesto, de convertirse en padre y en madre —en
realidad una disminución de la dignidad humana.
Creo que el problema del aborto
es que es como una luz de advertencia. Es una luz de advertencia muy grave que
está arrebatando vidas, pero que es indicativa de algo que está más
omnipresente y profundamente arraigado en nuestra sociedad de lo que uno pueda
llegar a pensar.
¿Y qué es?
Es la pérdida de la propia de
identidad por la que participamos del poder creador de Dios y por la que somos
llamados a ser madre y padre.
El aborto se ha justificado a
menudo como el derecho a elegir, pero también como un llamamiento al amor. Por
ejemplo, preferiría abortar a mi hijo que criarlo sin amarlo. ¿Cómo hemos
llegado a esta situación invertida, en la que la muerte se justifica por amor?
El verdadero amor humano es
incondicional. Cuando amas a alguien, no importa lo que ocurra. No importa lo
que le pase, le cuidarás. Si enferma, si queda paralizado por un accidente de
coche, le cuidas el resto de su vida. En la otra clase de amor — una forma de
amor egoísta— sólo te das a alguien mientras quieras. El aborto se convierte en
este tipo de amor manipulado —un medio de salida. Tenemos que cambiar
completamente y decir que es necesario aceptar a todos, a toda vida humana,
como decía la Madre Teresa, no hay hijos no deseados. Si hay un niño que
alguien dice que no es deseado, que me lo traigan para que cuide de ese niño
porque quiero a ese niño.
Y esta es la verdad. Así que si
alguien ha sido capaz de decir que el aborto nos permite actuar con una especie
de cuidado altruista por los demás, al evitar las dificultades, esta lógica
lleva de modo trágico, yo diría de modo asesino, a afirmar que los
discapacitados no deberían existir. Una vez hecho esto, es la negación de toda dignidad
humana.
Hemos pasado de la vida como algo
intrínsecamente importante a poner el énfasis en la calidad de vida. El cambio
hacia la calidad de vida plantea la pregunta: ¿Cuál es mi calidad de vida?
¿Estoy disfrutando de mi calidad de vida? Esto apunta después a los
discapacitados: ¿Están disfrutando de la calidad de vida que deberían
disfrutar, algo que de hecho pone en cuestión su misma vida?
Exacto. Una parte de la aberrante
lógica, que es inherente a lo que acabamos de describir, lleva también a juicios
sobre cada uno de nosotros según nuestro rendimiento; mi valor se basa en lo
que puedo hacer por la sociedad. Si en un determinado momento, mis resultados
resultan decepcionantes debido a la enfermedad, a un error, o a estar en un
sector de la economía industrial que ya no desea el consumidor, yo no sería ya
querido y, por tanto, dejaría de ser importante. Esta forma de juzgar se aplica
también a las madres que dan a luz a niños que tienen, por ejemplo, síndrome de
Down. Se juzga a estas madres con dureza y de modo negativo; esto es horrible,
como si fuera una mala elección el traer al mundo a su hijo, que es un ser
humano hermoso. Esta es la eugenesia, que ya ha tomado cuerpo en las sociedades
occidentales, en las que cerca del 90% de los niños con síndrome de Down son
abortados antes de nacer por culpa de esta lógica perversa.
El mayor don de Dios a la
humanidad ha sido el don de co-crear la vida con él. ¿Qué hace el aborto al
quebrar esta relación entre el hombre y Dios?
Nos olvidamos a veces, debido al “cientificismo”
—que reduce todo a hecho científico— que el comienzo de una nueva vida humana
no sólo viene de un hombre o una mujer, sino también de Dios. Exige la
participación de tres personas, porque el alma humana es inmaterial. Es el alma
espiritual la que es creada directa e inmediatamente por Dios. Por eso cuando
un hombre y una mujer se unen para tener un hijo es también —tanto o más— hijo
de Dios. De ahí que, si se quiere recuperar este respeto por la vida, será
porque hayamos vuelto a tomar conciencia del papel de Dios al dar la vida y,
por lo mismo, de este poder que tenemos dentro de nosotros, que es en realidad
un poder divino y trascendente. Se trata de un poder creador por el que casi
tenemos a Dios en la palma de la mano porque podemos decirle, en cierto
sentido, cuándo crear una nueva alma humana. Por tanto, si renovamos ese
respeto por la intervención de Dios, nos ayudará también a respetarnos unos a
otros como imágenes de Dios, como otros Cristos.
En países como Rusia, más del 70%
de las mujeres han abortado. La proporción de abortos en algunas provincias
rusas puede alcanzar los ocho o diez abortos por mujer, porque lo utilizan como
un medio de control de la natalidad. En China, la política de un solo hijo ha
obligado a las mujeres a abortar. ¿Qué impacto espiritual y psicológico tiene
esto en una sociedad?
En Europa del Este en la que
vemos estos índices tan altos de abortos, que a menudo se asocian a altos
índices de suicidios, alcoholismo y depresiones graves, hay una sensación de nihilismo,
de pérdida total del sentido de la vida. Esto ocurre en una sociedad que no se
basa en el amor a sus hijos. Es necesario que esto se cambie. Gracias a Dios en
algunos de estos países se está notando una tendencia en la dirección correcta.
En la Federación Rusa, en concreto, ha habido últimamente un aumento de la tasa
de natalidad. La proporción de abortos sigue siendo muy alta pero queda la
esperanza de que este aumento de la tasa de natalidad siga de modo que el
índice de abortos se reduzca.
¿Qué más puede hacer la Iglesia
en este tema?
En primer lugar, cuando pensamos
en la “Iglesia”, tendemos a pensar en la jerarquía —en nosotros,
sacerdotes, obispos, el Papa— pero, en realidad, la Iglesia es el conjunto de
todos los cristianos bautizados. La Iglesia es una familia, por lo que
necesitamos que todos —todos los cristianos bautizados— acepten la vida con
amor. Necesitamos también ayuda en los centros para embarazadas. La Iglesia
magisterial, la Iglesia jerárquica, por supuesto, tiene que ser también
coherente con los principios de la teología moral católica en este tema.
La Iglesia ha de continuar
siguiendo el ejemplo de Karol Wojtyla, que, como arzobispo de Cracovia, abrió
centros de ayuda a mujeres en situaciones de crisis. Pero en realidad todo se
reduce a esto: Dios es amor. Soy hijo de Dios. Estoy hecho a imagen de Dios,
por lo que tengo que hacer presente entre los demás seres humanos el rostro de
Dios, que es el rostro del amor. Si hacemos esto en todas nuestras relaciones
humanas, si mostramos de verdad respeto por la dignidad humana, si mostramos
respeto y amor a las personas que sufren, entonces podemos empezar a recuperar
los principios que son necesarios para que toda vida humana sea aceptada. La
vida entonces no será jamás considerada sólo como un producto, como los bebés
de diseño que se hacen en un tubo de ensayo según los deseos de algún
fabricante.
Volviendo atrás, me gustaría
añadir también que necesitamos recuperar nuestra sexualidad, así como la
conciencia de que la sexualidad es sagrada y necesitamos, por tanto, vivir la
modestia y el respeto hacia nuestra sexualidad y nuestros deseos sexuales con
castidad y fortaleza de modo que nos preparen a dar vida dentro de la
estructura de la familia.
Esta entrevista fue realizada por
Mark Riedemann para "Dios llora en la Tierra", un programa semanal
producido por la "Catholic Radio and Television Network" en
colaboración con la organización católica internacional "yuda a la Iglesia
Necesitada"
Fuente: www.almudi.org
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