on ocasión del comienzo del
semestre de presidencia polaca de la Unión Europea, el Secretario para las
Relaciones con los Estados, Mons. Dominique Mamberti celebró esta mañana la
Santa Misa, en la Basílica Vaticana - para el cuerpo diplomático acreditado ante
la Santa Sede. Refiriéndose a la fiesta de ayer de san Benito - padre de
nuestra Europa de hoy – declarado patrono del continente por el Siervo de Dios
Pablo VI, que lo calificó como ‘Mensajero de paz, realizador de unión y maestro
de civilización’, Mons. Mamberti señaló que así como la Europa de Benito,
también la nuestra vive cambios epocales, con la diferencia, sin embargo, de
que el actual contexto europeo posee sólidas raíces, donde puede y debe
recurrir.
«Del olvido de estas raíces nos pone en guardia Jesús, en el Evangelio de hoy. Y su reproche es al mismo tiempo signo de indignación y de compasión», subrayó el Secretario para las Relaciones con los Estados, explicando luego que la indignación se debe a la incredulidad de aquellas ciudades que recibieron multitudes de gracias y beneficios, que no supieron atesorar.
Ay de ti Corazaín, Ay de ti Betsaida... Evocando las palabras de Jesús, manso y humilde de corazón y destacando que ello no quiere decir debilidad, Mons. Mamberti reiteró que el Señor es exigente, así como lo es el Evangelio, que nos recuerda los peligros que conlleva la falta de conversión. Conversión a la que todos estamos llamados, excepto Cristo y la Virgen Inmaculada, que no la necesitan.
Puesto que cualquiera se puede encontrar en un camino equivocado, hay que recordar que la conversión es un proceso continuo que tiene diversos grados. De la incredulidad a la fe, de la fe imperfecta y entremezclada de errores a la fe pura y plena, de la vida desordenada a la vida ordenada, de la pura observancia de los mandamientos a la vida según el Evangelio, de la vida mediocre a la vida de perfección, explicó Mons. Mamberti, haciendo hincapié en que «hoy el Señor dirige su llamada no a cada persona individual, sino a las ciudades donde la gente se niega a creer, haciéndonos comprender que la conversión tiene un significado tanto individual como colectivo. Es un acto interior con una profundidad especial, en la que el hombre no puede ser sustituido por otros. Y, al mismo tiempo, hombre nuevos, renovados por la novedad del bautismo y por la vida según el Evangelio, hacen nacer una nueva humanidad».
Tras recordar que, como en
Cafarnaún, la opulencia y el orgullo de su propia ciencia, el éxito, la
riqueza, la fama, endurecen los corazones, conduciendo al desprecio de los
deberes e intereses religiosos y que «también los hombres de hoy, cegados por
el progreso y por el bienestar dirigen a menudo su mirada sólo hacia la tierra,
asumiendo un estilo de vida en función de las únicas realidades de este mundo,
sin considerar a Dios ni su voluntad, olvidando a Dios o al menos viviendo como
si no existiera», Mons. Mamberti afirmó que cuando el hombre cree que se puede
realizar solo con sus propias fuerzas, cuando comienza a alimentarse con
ilusiones efímeras, a idolatrar realidades terrenales, entonces conoce la
desilusión. Y precisamente por ello, «el Señor nos llama a la verdad. Para
llevarnos por el buen camino y hacernos progresar en la verdadera libertad y en
la alegría.
Mirando a la historia de Europa, constatamos cuántas gracias hemos recibido y cuántos medios de salvación; cuantos dones seguimos recibiendo, cuántos signos de amor de Dios hacia nosotros, nuestros países, nuestro continente», exclamó Mons. Mamberti, volviendo a subrayar luego que el Señor nos invita a la conversión.
Mirando a la historia de Europa, constatamos cuántas gracias hemos recibido y cuántos medios de salvación; cuantos dones seguimos recibiendo, cuántos signos de amor de Dios hacia nosotros, nuestros países, nuestro continente», exclamó Mons. Mamberti, volviendo a subrayar luego que el Señor nos invita a la conversión.
Al concluir su homilía, el prelado evocó unas palabras del beato Juan Pablo II, recordando precisamente que es hora de convertirse «a sentimientos de solidaridad, a una política de paz, a una lógica de fraternidad, a la paciencia del diálogo, a la búsqueda de cuanto une a los seres humanos, más que de lo que los divide. Ha llegado la hora, sobre todo de convertirse, a Dios, acogiendo su Evangelio de esperanza y de paz».
Mons. Mamberti invitó a rogar a María, Madre y discípula del Redentor, - Refugio de los pecadores - para que nos ayude a disponer nuestros corazones a una verdadera conversión, con el anhelo de que su maternal intercesión obtenga que, en el camino atormentado de los hombres de nuestro tiempo brille el Evangelio de Cristo, salvación definitiva de los hombres.
Fuente: www.radiovaticana.org
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