San Benito (Fuente: Catholic.net) |
En el Ángelus de ayer, Benedicto
XVI destacó la figura de san Benito, cuya fiesta celebra hoy la Iglesia,
invitando a aprender de este Patrono de Europa y fundador del monacato
occidental «a poner a Dios siempre en primer lugar». Recordamos algunas de las
palabras del Papa, desde el comienzo de su ministerio petrino, sobre el Santo
de Nursia - que es también patrono de su Pontificado – como decía él mismo el 9
de abril de 2008, en su audiencia general:
«Queridos hermanos y hermanas, hoy quisiera hablar de san Benito, fundador del monacato occidental y también patrono de mi pontificado»
Evocamos también lo que afirmaba Benedicto XVI en su primera audiencia general, el 27 de abril de 2005, exhortando a seguir el ejemplo, precisamente de san Benito en la sincera búsqueda de Dios, en el camino trazado por Cristo, humilde y obediente a cuyo amor no se debe anteponer nada:
«Al inicio de mi servicio como Sucesor de Pedro pido a san Benito que nos ayude a mantener firmemente a Cristo en el centro de nuestra existencia. Que él ocupe siempre el primer lugar en nuestros pensamientos y en todas nuestras actividades».
En particular, como decíamos, Benedicto XVI dedicó la audiencia general del 9 de abril de 2008, subrayando el valor de su obra, cumplida en el siglo VI, en un periodo en el que «el mundo sufría una tremenda crisis de valores y de instituciones, provocada por el derrumbamiento del Imperio Romano, por la invasión de los nuevos pueblos y por la decadencia de las costumbres»:
«De hecho, la obra del santo, y en especial su Regla, fueron una auténtica levadura espiritual, que cambió, con el paso de los siglos, mucho más allá de los confines de su patria y de su época, el rostro de Europa, suscitando tras la caída de la unidad política creada por el Imperio Romano una nueva unidad espiritual y cultural, la de la fe cristiana compartida por los pueblos del continente. De este modo nació la realidad que llamamos ‘Europa’».
El Papa hizo hincapié en la gran obra realizada por san Benito ‘en el silencio’ - cuando disgustado por el estilo de vida de muchos de sus compañeros de estudios, que vivían de manera disoluta y no queriendo caer en los mismos errores, pues sólo quería agradar a Dios - antes de concluir sus estudios, dejó Roma. Y se retiró a la soledad de los montes que se encuentran al este de la ciudad eterna. Después de una primera estancia en el pueblo de Effide (hoy Affile), donde se unió durante algún tiempo a una «comunidad religiosa» de monjes, se hizo una eremita en la cercana Subiaco:
«La tentación de autoafirmarse y el deseo de ponerse a sí mismo en el centro; la tentación de la sensualidad; y, por último, la tentación de la ira y de la venganza. San Benito estaba convencido de que sólo después de haber vencido estas tentaciones podía dirigir a los demás palabras útiles para sus situaciones de necesidad».
«Tras pacificar su alma, podía controlar plenamente los impulsos de su yo, para ser artífice de paz a su alrededor. Sólo entonces decidió fundar sus primeros monasterios», reiteró Benedicto XVI, poniendo de relieve el lema ‘Ora et labora’. Es decir, la oración como cimiento de toda actividad:
«Sin oración no hay experiencia de Dios. Pero la espiritualidad de san Benito no era una interioridad alejada de la realidad. En la inquietud y en el caos de su época, vivía bajo la mirada de Dios y precisamente así nunca perdió de vista los deberes de la vida cotidiana ni al hombre con sus necesidades concretas. Al contemplar a Dios comprendió la realidad del hombre y su misión. En su Regla... subraya que la oración es, en primer lugar, un acto de escucha (Prol. 9-11), que después debe traducirse en la acción concreta. «El Señor espera que respondamos diariamente con obras a sus santos consejos».
Así, la vida del monje se convierte en una simbiosis fecunda entre acción y contemplación «para que en todo sea glorificado Dios». Pablo VI, al proclamar el 24 de octubre de 1964 a san Benito patrono de Europa, se proponía reconocer la admirable obra llevada a cabo por el santo a través de la Regla para la formación de la civilización y de la cultura europea, recordó Benedicto XVI, evocando luego a Juan Pablo II y volviendo a subrayar que «hoy Europa, recién salida de un siglo herido profundamente por dos guerras mundiales y después del derrumbe de las grandes ideologías que se han revelado trágicas utopías, se encuentra en búsqueda de su propia identidad»:
Para crear una unidad nueva y duradera, ciertamente son importantes los instrumentos políticos, económicos y jurídicos, pero es necesario también suscitar una renovación ética y espiritual que se inspire en las raíces cristianas del continente. De lo contrario no se puede reconstruir Europa. Sin esta savia vital, el hombre queda expuesto al peligro de sucumbir a la antigua tentación de querer redimirse por sí mismo, utopía que de diferentes maneras, en la Europa del siglo XX, como puso de relieve el Papa Juan Pablo II, provocó «una regresión sin precedentes en la atormentada historia de la humanidad».
Fuente: www.radiovaticana.org
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