María Luisa Ruiz Jarabo |
Hace 13 años
sufrió un accidente esquiando en Sierra Nevada. María
Luisa Ruiz Jarabo se quedó tetrapléjica a los 33 años de edad.
Pero ella no mira atrás. Dice que la silla de ruedas ha mejorado su
vida porque le ha permitido conocer a mucha gente especial y también
conocer “lo mejor”: a Dios. Todos los veranos
ayuda a mutilados por las minas en Camboya. No teme a nada y hasta ha vuelto a
esquiar. La suya es la historia de una “vida digna”.
- ¿Qué
le sucedió María Luisa? Tengo entendido que era una “todoterreno” antes del
accidente. Motera empedernida y muy emprendedora.
- Antes del
accidente tenía una vida muy activa y no paraba. Me apasionaba el deporte y
cuanto más extremo, mejor. Era un poco lanzada. Me gustaban cosas como el
barranquismo o esquiar fuera de pista. Disfrutaba además de la vida nocturna y
de ir en moto. Desde los 14 años tuve moto y en cuanto ahorraba algo, me
compraba una moto más grande, hasta mi Honda Rebel.
-
¿Cambiaron sus gustos y aficiones?
Sigue habiendo
muchísimos deportes que puedo practicar. No puedo montar a caballo, en moto o
hacer barranquismo, pero tampoco es una tragedia, porque con la edad
evolucionan las aficiones. Aunque otras se mantienen, ya que he vuelto a
esquiar.
- Parece
que no le tiene miedo a nada.
- Pues no, no
tengo miedo.
- Pasó unas tres semanas en coma… ¿qué recuerdos tiene del despertar?
- Nunca perdí el
conocimiento. Me enteré de todo hasta el coma. Luego, me trasladaron al
hospital de parapléjicos de Toledo. Cuando desperté, enseguida me di cuenta de
que no movía nada del cuello para abajo. Recuerdo un día que mi padre me dijo
las palabras mágicas: “No sabemos lo que va a pasar, estás en las manos de
Dios”. Y yo pensé: “¿De verdad?, ¡qué suerte tengo!”
- “¡Qué suerte!”, ¿por qué?
- Por estar en
las manos de Dios. A partir de ahí viví con una paz increíble porque estaba en
manos de Quien más me quiere. Cualquier cosa que me pudiera pasar a partir de
entonces estaba claro que sería lo mejor para mí. Asimilé mi tetraplejia sin
dramas gracias a una serenidad que me vino de Dios, quizá en el mismo momento
del accidente. Me he vuelto modelable a lo que Dios me tenía preparado, ¡además
me divierten los retos! Siempre he tenido espíritu aventurero.
- ¿Se
enfadó con Dios?
- En mi caso era
imposible, porque me ha dado mucho más de lo que me ha pedido. Me ha regalado
una nueva vida, una vida mejor y más completa que la anterior.
- ¿Más
completa?
Sí, he conocido
a Dios. Él ha entrado en mi vida. Yo era católica pero no practicaba demasiado;
lo tenía algo aparcado. Le rezaba en época de exámenes pero poco más. Era muy
tibia.
-
Tetrapléjico, parapléjico… son palabras que asustan. ¿Cómo se normaliza una
vida con esa nueva situación?
- Son palabras
que asustan hasta que se conoce a una persona en esta situación. Suena
tremendo, pero luego la vida se normaliza; primero, contando con asistencia
personal, y luego, utilizando nuevas tecnologías. Y, por supuesto, con ganas de
no quedarse en casa lamentándose.
- ¿Puede
más la mente que el cuerpo?
- El que puede
es Dios, que te da la fuerza para afrontar estas situaciones. Si depositas la
confianza en Él, te da los medios para superarlas.
- ¿Es
posible la felicidad en una silla de ruedas?
- ¡Pues claro!
Yo he conocido la felicidad plena, con mayúsculas, siendo tetrapléjica, y eso
que siempre he tenido una vida estupenda, pero me faltaba lo mejor.
- ¿Qué
es lo mejor?
- Dios.
- Su
accidente, ¿cambió su relación con Él?
- La cambió
totalmente. Tanto, que Jesús es ahora mi mejor amigo. Fue empezar a conocerle y
enamorarme y, poco a poco, ha ido ganando terreno. Es listísimo; se lo monta de
miedo. Hace como año y medio voy a clases de Biblia y los martes voy a una
oración. Además, este verano empecé a confesarme después de 30 años. Es que no
iba conmigo eso de hablar mal de mí, pero en el fondo me engañaba a mí misma.
No lo veía como una necesidad y ahora sí, como me pasa con la Eucaristía.
- Dice
que la silla de ruedas ha mejorado su vida; es una afirmación chocante.
- Sí, es que he
ganado más de lo que he perdido. Es un “artefacto” genial para conocer gente
interesante porque a una persona que está en silla de ruedas no se le acerca
cualquiera. Suscitas el interés de gente especial y esto también ha sido un
regalo de Dios. No ha hecho más que mandarme a mensajeros para que fuera
acercándome más y más a Él.
- En su caso la silla de ruedas no ha sido sinónimo de barreras, ni de “estar quieta”.
- Las barreras están en la sociedad, en los espacios no accesibles: en el tren al que no me puedo subir porque no está bien hecho, en la mente de mucha gente… el problema no está en la silla. A mí la silla de ruedas no me ha parado, y he viajado mucho.
-
Cuéntenos de esos viajes.
- El primer
viaje que hice, al año y poco del accidente, fue a Nepal. Allí pasé un mes,
incluyendo 12 días de trekking por el Himalaya gracias a los porteadores. En
casa estaban aterrados, menos mal que mi médico rehabilitador de Toledo me
organizó todo lo necesario. Al año siguiente estuve en Tanzania y subí al
Kilimanjaro. De mis viajes he aprendido que si se quiere no hay barreras. El
año siguiente estuve en Ecuador y después vino Camboya.
- ¿Qué
es para usted Camboya?
Empecé a pasar
mis veranos en Camboya invitada por el obispo Kike Figaredo. Él había montado
un taller de sillas de ruedas y se dedicó a los amputados. Me quedé apasionada
con lo que me contaba, así que un verano me decidí. Fui y me enganché.
- ¿Quién es Kike Figaredo?
- Es un gran
amigo y una inspiración con su ejemplo de vida entregada a Dios y a la gente
con todo tipo de carencias. Uno vuelve removido de allí. Visitar un país así te
ayuda a poner las cosas en su sitio, porque aquí damos importancia a
preocupaciones que son un poco absurdas. Siempre vuelvo con cierta pena pero me
traigo un “chute” de ganas de vivir. En Camboya es muy fácil ver a Jesús en la
gente que menos tiene.
- ¿Y qué
hace en Camboya?
- Allí tengo mi
segunda casa. Me encanta ir a los hospitales a ver a la gente. A veces creo que
voy por egoísmo, para aprender y disfrutar, y al final me traigo mucho más de
lo que dejo.
- ¿Qué
opina de la expresión “muerte digna”?
- Primero hay
que darle importancia a la “vida digna”. Cualquier vida es digna porque viene
de Dios y las condiciones de cualquier vida se pueden mejorar para que nadie
quiera renunciar a ella. ¡Menos hablar de “muerte digna” y más hablar de “vida
digna”! Es un peligro hablar de eutanasia porque parece que nuestra sociedad
tiende a prescindir de los individuos que no resultamos rentables en términos
económicos y ya no hay límites. Si no eres rentable, sobras. El mejor ejemplo
es la nueva ley del aborto. La persona con diversidad funcional vale menos
porque el plazo para abortarnos es mucho mayor; parece que tenemos menos
derecho a la vida por ser distintos. Es una salvajada porque es eugenesia pura.
Lo que enriquece una sociedad es que haya todo tipo de gente y que se conviva
naturalmente con todo el mundo.
- Para
“dignificar la vida” creó Solcom, ¿qué es?
Es una
asociación para la defensa jurídica de personas que son discriminadas por su
diversidad funcional. Se les ayuda a luchar en los tribunales para defender
sus derechos. Nosotros queremos vivir con el resto de la gente y, si no se
empieza a convivir desde la infancia, después es muy difícil. Es un aspecto en
el que estamos luchando porque encontramos barbaridades.
“Soy una
persona privilegiada”
- ¿Un lugar en el mundo para ir y no volver?
- ¡Hay tantos
sitios! Uno podría ser Camboya, pero mi sitio está en mi comunidad.
- ¿La
mejor compañía posible?
- La de mi mejor
amigo, Jesús.
- La
vida es…
- Una
aventura maravillosa, porque soy una persona privilegiada. Dios nos sorprende
todos los días. La vida es digna.
- ¿Qué
tiene que tener un día para que sea perfecto?
- Para mí,
comunión con Cristo.
- ¡Qué contundente!
- Es que lo
tengo muy claro.
- ¿Hay
justicia con las personas con diversidad funcional?
- En un país
como España, hoy en día, no.
- ¿Qué
queda por hacer en este campo?
- Que se cumplan
las leyes. Todos nuestros derechos están reconocidos, pero las leyes no se
cumplen y nuestros derechos no se respetan, como la ley de dependencia o el
derecho a la educación inclusiva.
Por Ángeles
Conde - Fotografía: Guillermo G.
Baltasar
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