Por monseñor Carlos Osoro,
arzobispo de Valencia
VALENCIA, viernes, 15 de julio de
2011 (ZENIT.org).-Publicamos
el comentario que ha redactado monseñor Carlos Osoro, arzobispo de Valencia
(España), a partir de los pasajes evangélicos que en estos domingos propone la liturgia
(el Sembrador y la cizaña).
* * *
Cuántas veces has escuchado que
el Evangelio es Buena Noticia. Pero, quizá, has oído menos veces decir que la
santidad es una buena noticia. Y, como puedes comprender, la buena y la mala
noticia contrastan profundamente. La buena noticia nos lleva siempre a la
esperanza, a la alegría, a vivir valientemente y con coraje en medio de las
dificultades de este mundo. La mala noticia nos lleva a la desesperanza, a la
tristeza, a la angustia y las dificultades que tenemos en la vida se agudizan
aún más. ¿Por qué te digo esto? Simple y llanamente para hablar de los santos.
La presencia de un santo en medio
de nosotros nos trae presencia de la buena noticia, son buena noticia. El santo
siempre es el hombre o la mujer de las bienaventuranzas, de la felicidad y la
alegría sobre esta tierra, a pesar de las dificultades o de las persecuciones.
Estos días atrás, cuando meditaba la parábola del sembrador, pensaba en los
santos. Porque ellos son hombres y mujeres que son tierra buena. Y,
ciertamente, pensaba en ti también. Porque es verdad que el sembrador tira la
semilla sobre esta tierra y una parte cae en la orilla del camino, otra en
terreno pedregoso, otra entre zarzas y otra en tierra buena. Sobre tu vida ha
caído la semilla de la vida de Dios y ha fructificado, pues el Señor te regaló
su vida por el Bautismo. Eres, pues, tierra buena. ¿Y dejas que crezca la
semilla que el Señor puso en tu vida? Mira que esta tierra en la que habitamos
tiene hambre de Evangelio. Y por eso tiene necesidad de santos, de hombres y
mujeres que den el oxígeno del Evangelio para vivir y hacer habitable este
mundo. Tú y yo podemos ser una página viva del Evangelio de Jesucristo.
Recuerdo que, cuando leía y
meditaba la parábola del sembrador, pensaba en lo fácil que el Señor se
presenta en la historia personal de cada uno de nosotros. Me ha dado su misma
vida por el Bautismo. Me ha hecho partícipe de la vida eterna. Hace falta
solamente mi respuesta positiva, desde esa tierra buena que el Señor se ha procurado
que sea nuestra vida, para que fructifique la semilla que con tanto mimo puso
en ella. Me imagino a un santo, totalmente impregnado por la Palabra de Dios,
una impregnación que comunica con su vida, con sus gestos y acciones. ¡Qué
hondura tiene la vida de un santo cuando convierte su existencia en
manifestación y proximidad de Nuestro Señor Jesucristo! Un santo siempre es un
icono del Evangelio.
Hoy utilizamos en infinidad de
ocasiones la palabra icono. Esta palabra viene de la tradición oriental, sobre
todo de la bizantina, que lo considera un elemento esencial de la liturgia y de
la piedad. El icono es el Evangelio pintado, es la Palabra de Dios comunicada a
través de la representación y del color. El icono nos sumerge en el mundo de la
santidad de Dios. Es como una ventana sobre la Jerusalén celeste que nos abre a
la contemplación y a la oración. Si esto son los iconos, ¿qué será un santo? Me
atrevo a decir que es un icono del Evangelio, es decir, un hombre o una mujer
que reflejan la gloria del Señor y van transformándose en su imagen con
resplandor creciente, por la acción del Espíritu Santo (cf. 2 Cor 3, 18). Y es
que el bautizado, que es tierra buena, está llamado a la semejanza divina. Al
fin y al cabo, esto es lo que quiere decir despojarse del hombre viejo y
revestirse del hombre nuevo, “que sin cesar se renueva para lograr el pleno
conocimiento, a imagen de Aquel que lo ha creado” (Col 3, 10). ¡Qué maravillas
hace el Señor! Un bautizado recobra en Cristo la semejanza con Dios y la
manifiesta allí donde vive y en todo lo que hace.
¿Por qué te invito a que seas
santo? Para que seas un icono del Evangelio. Porque creo que hoy hay unas
primacías en nuestro quehacer pastoral que son fundamentales y que solamente
pueden hacerse realidad a través de los santos. Te voy a indicar algunas:
1. El testimonio en medio de las
generaciones jóvenes: están viviendo situaciones que no son nada fáciles en
este momento histórico y, precisamente por ello, se necesitan iconos del
Evangelio. ¡Cuánto bien han realizado en el corazón de los jóvenes en estos
últimos tiempos la Beata Madre Teresa de Calcuta y el Beato Juan Pablo II! Esta
mujer y este hombre de Dios supieron captar lo que necesitaba el corazón de los
jóvenes ante el aburrimiento por la falta de ideales que colmasen sus vidas.
Hoy precisamos hombres y mujeres así, capaces de llegar al corazón de los
jóvenes cuando están viviendo circunstancias que les llevan a abismos de una
soledad muy grande, de falta de entusiasmo, con la desesperanza, además, por un
futuro incierto y sin trabajo. En estos momentos, tenemos el deber de trabajar
con y por la juventud, pero no de cualquier manera, sino siendo testigos
fuertes del Evangelio para que marquen direcciones y sentido en sus vidas.
Pidamos al Señor que nos dé vocaciones de iconos del Evangelio con capacidad de
liderazgo, convivencia y comunicación con estas generaciones que tanto nos
tienen que decir.
2. El testimonio de hombres y
mujeres en las diversas fases de la vida: niños jóvenes, adultos, ancianos, que
vayan a las regiones más marginadas de la vida humana, que no son solamente las
económicas aunque tengan una vigencia muy especial en estos momentos. Ir a
todos los hombres y mujeres en todas las fases de la vida para hablarles al
corazón sobre la verdad de su existencia, la que Jesucristo nos ha comunicado.
Ir a aquellos que están sin protagonismo, sin medios de información y de
comunicación. Las marginaciones pueden venir por razones de edad, de condición
étnica, de saberes, de falta de respeto a la vida desde el inicio de la misma
hasta su final, de enfermedad, de vejez, de no reconocimiento de la dignidad de
la persona, del matrimonio, de la familia. El Evangelio tiene que presentarse
en este mundo como potencia de Dios, haciendo presente su misericordia por medio
de manos fraternas y de corazón también misericordioso. Son necesarios iconos
del Evangelio.
3. El testimonio de hombres y
mujeres en el mundo de la inteligencia para hablar del hombre como realidad
suprema y para hablar de Dios como Dios, con razón y sabiduría: necesitamos
iconos del Evangelio en el mundo de la inteligencia. Hay que mostrar con valor
que creer no es la alternativa a pensar, sino que, justamente, la fe es la
expresión suprema de una pasión por la verdad, de la búsqueda de la raíz de todo
lo que existe, de no contentarnos con la superficie de las cosas. Creer
también, entre otras cosas, nos lleva siempre a pensar. Tenemos que creer en la
potencia esclarecedora de la verdad que es Jesucristo. Y esto quienes mejor lo
han manifestado han sido los santos.
¿Te atreves a ser santo, es decir
icono del Evangelio?
Fuente: www.zenit.org
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